Esguevas es, la justa excepción a la frase plantar un árbol, tener un hijo, escribir un
libro como símbolo de realización. Pedro Ojeda Escudero autor del libro –con
la complicidad de Javier García Riobó- no precisa signos externos. Su labor
docente es conocida por cientos de alumnos, su compromiso, por cientos de
seguidores y amigos. Puedo presumir y presumo de encontrarme en las tres
categorías.
Esguevas es, un proyecto que se manifiesta como
“turbación interior”, como necesaria e ineludible explosión pirotécnica cuando
el encendido de la mecha, alcanza la pólvora contenida en el cartucho.
Esguevas es, como la concesión de un premio
literario, el broche justo y necesario que complementa una labor diaria. Pero
no es un libro “al uso”. Recoge reflexiones sobre la vida, el quehacer y
comportamiento humanos, vistos desde el yo del autor con el agua como metáfora.
Esguevas es, (permíteme Pedro) como un desahogo
a esa “turbación interior” por la opresión que sobre nosotros ejerce la ciudad,
por la carga personal de los acontecimientos diarios y la necesidad de darles
cauce, por la orgullosa insignificancia de lo que somos. Por la indiferencia
ante los hechos sencillos: el grito de un niño, el gratificante chorro de una
fuente veterana o el discurrir de un río. Por el desamor y la obsesión de poner
puertas al campo.
Esguevas es, también un canto al amor, a los
besos perdidos no olvidados, a los juegos prohibidos, a la conveniencia de dotar de color a la mirada. A esos jardineros ausentes a los que recordamos por su
golpe de azada, por el preciso corte antes del brote en la rosa adecuada que
otras manos menos rudas, ya en la casa, mezclaban con hierbabuena.
Esguevas es, el sentido homenaje a los que no están. Sus
sonidos y aromas nos siguen acompañando.
No olvido aquella observación al final de
clase: Hay tantas obras como lectores. ¡Hasta mañana! Este desocupado lector
lo ha visto así.
Gracias Pedro. Gracias Javier