Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 4 de julio de 2013

Amarga reflexión. El hereje, Miguel Delibes


Auto de fe.  Pedro Berruguete (Detalle).

Sintiéndose culpable tras la muerte de “La reina del páramo”, Cipriano se refugia en el entorno luterano asumiendo el riesgo, de persecución al que los herejes estaban sometidos.  Con esta realidad histórica de fondo se producen en la novela las primeras detenciones en el grupo y Cipriano Salcedo ha de optar por seguir fiel a sus principios, o asegurar su vida. Optando por la segunda solución influido por Ana Enríquez –nueva luz en sus sentimientos.

“Huya, dijo con un hilo de voz. No pierda un minuto, y que Nuestro Señor le acompañe”.
“¿Es que significaba algo para ella?”

A partir de esta huida abortada Delibes, sin morbo, nos acerca a los procedimientos del Santo Oficio, la hostilidad de quienes antes lo admiraron -o envidiaron- con  la vivencia en la cárcel  se pone de manifiesto la condición humana: la dignidad, la gallardía o la ingenuidad.

La ceguera física que sufre Cipriano, producida por la penumbra de la celda, acentúa el desamparo y aislamiento del preso, atenuado por otro recurso literario: la visita de su tío Ignacio y las cartas de Ana Enríquez.

Ni la delación de sus compañeros, ni la tortura, física y sicológica ni el  indulto por guapa de Ana Enríquez, ni la cobardía del doctor Cazalla que reniega de su fe por miedo, le llevan a renunciar a su credo.

El espectáculo público del auto de fe a lomos de un borrico entre una muchedumbre insultante se suaviza con la reaparición de Minervina por mediación de su tío, aportando Delibes  un mensaje final cuando Cipriano, resignadamente acepta el dolor, confirmación de la superioridad humana que ya puso de relieve Ignacio Salcedo:

“Algún día -musitó a su oído- estas cosas serán consideradas como un atropello a la libertad que Cristo nos trajo. Pide por mí hijo mío”.

Y juró Minervina:

“Su niño, abrió un poco los ojos y dijo,  creo en la santa Iglesia de Cristo y en la de los Apóstoles”.

Preguntada la atestante  si ella creía de buena fe  que Dios Nuestro Señor podía hacer favor a un hereje, respondió:

“Que el ojo de Nuestro Señor no era de la misma condición que el de los humanos, que el ojo de Nuestro Señor no reparaba en las apariencias sino que iba directamente al corazón de los hombres, razón por la que nunca se equivocaba”.


Delibes -como Cervantes a Alonso Quijano- mata a Cipriano y con ello cierra la novela y su obra.

4 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

Minerva, al final del libro, es lo más bonito del libro. La Inquisición empleaba unos métodos que nos parecen increíbles, pero en le mundo sigue existiendo la tortura y la pena capital, no nos olvidemos.

Besos, Paco, un placer leerte.
Ah, y gracias por tu comentario en torno a los docentes, en mi entrada del pinsapo. Me ha encantado.

Gelu dijo...

Buenos días, Paco Cuesta:

Has sabido extraer la substancia del libro.
Minervina, un personaje precioso. Impresionantes sus palabras. Emocionante final.
En este libro parece que Delibes quiere dejar el legado que guardaba en su conciencia.

Abrazos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Todo un acierto esta reflexión tuya. En efecto, Delibes documenta la acción de la Inquisición pero sin morbo. Las circunstancias hablan por sí mismas.

Myriam dijo...

Sobrecogedora toda esta parte, peor sí, sin morbo, igual, a mi se me encogió el corazón al tamaño de una pasa de uva.

Besos