Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

viernes, 26 de diciembre de 2014

Varados en La Isla del Náufrago. La sonrisa robada, José Antonio Abella


En ocasiones lo que se admite habitualmente llega a adquirir fuerza jurídica. La costumbre se hace ley que dice el refranero. Hace un tiempo, no demasiado, la frase “toda semejanza con la realidad es pura coincidencia” –vano intento de mostrar originalidad- tuvo gran predicamento. Hoy, especialmente en las “pelis” que los fines de semana pueblan nuestras ya no tan pequeñas pantallas, lo que impera es que, la historia a transmitir esté “basada en hechos reales”. El objetivo es, de cualquier modo, que un producto sea comercial, que alcance al gran público.

En La sonrisa robada de José Antonio Abella, toda semejanza con la realidad es pura y dura semejanza. Isla del Náufrago Ediciones responsable de que la novela se haya editado tiene su razón de ser “basada en hechos reales”

Isla del Náufrago, Ediciones,  es el proyecto editorial de la Asociación Cultural Isla del Naúfrago, con sede en Segovia, España.  (Reg. A. JCyL Nº 2606CL/Ley Orgánica 1/2002).  Sus principales objetivos son el fomento de la lectura en pequeñas localidades alejadas de centros culturales y la promoción de autores avalados por la calidad literaria de sus textos.

Ruego desde aquí a autor y editora disculpen tan odiosas comparaciones, pero de algún modo había de empezar. Las primeras indagaciones acerca del libro propuesto para la lectura de este periodo, lo fueron vía Internet, medio por el que amerizamos en La Isla del Náufrago. Creada en 2010 por un  médico rural, escritor y escultor  nacido en Burgos que vive en Segovia para, recogiendo sus palabras:

[…] escribiendo en la marginalidad, que esto ocurre en una ciudad de provincias como Segovia,  no dejar de ser un náufrago en busca de una isla para sobrevivir.

Hoy, especialmente en ese “tótum revolútum” que son los espacios libreros de las grandes superficies, no pocas librerías y algunos suplementos culturales, reinan los best sellers, los superventas, los más vendidos. En el caso de La sonrisa robada ninguna de las editoriales a las que Abella envió la novela, contestó para siquiera confirmar su lectura. La Asociación Cultural Isla del Náufrago en la que radica el proyecto de la editora, destina los beneficios editoriales de la venta, a sus fines culturales y a proyectos de alfabetización en América Latina.


Hay muchas. Muchísimas más razones que intentaré presentar en próximas entradas para  leer La sonrisa robada y, ¡por qué no!, otras publicaciones que los supervivientes del naufragio conservan celosamente en su Isla.   

jueves, 18 de diciembre de 2014

Stettin años cincuenta. La sonrisa robada, José Antonio Abella

Stettin 1940

No llovía como en Flensburg pero una niebla obstinada y cerril dibujaba un cuadro surrealista difuminando paisajes y calles; los escasos transeúntes más parecían sombras fantasmales que ciudadanos camino de cumplir con la diaria labor. La bufanda mimando la garganta, el cuello del abrigo subido, las manos en los bolsillos, en bandolera el portátil y un fárrago de pensamientos desordenados y confusos: segunda guerra mundial, Alemania, Polonia años cincuenta… Habrá que documentarse.

Sí. Creo que fue en septiembre de 1939 cuando Alemania simulando el ataque a un puesto fronterizo invadió Polonia; los aliados le  dieron dos días para abandonar Polonia, transcurridos los cuales le declararon la guerra con resultado prácticamente nulo para los polacos.  A mediados del mismo mes la Unión soviética mediante acuerdo con Alemania, inició una ofensiva por el este, creando el caos en las defensas polacas incapaces de contener dos frentes a la vez. Las últimas unidades polacas se rindieron el 6 de octubre. Las banderas nazis empezaron a ondear en los edificios públicos y las  campanas de las iglesias a sonar, mientras sacerdotes, profesores, maestros y figuras destacadas de la ciudad eran detenidas junto a los judíos. Polonia, nunca se rindió oficialmente, consiguió crear un poderoso movimiento de resistencia en la sombra que colaboró con los aliados durante el resto de la Segunda Guerra.
Bajo la ocupación alemana se procedió a la partición de Polonia: por una parte los territorios del centro y sudoeste del país administrados por el Gobierno General, por otra las regiones que debían ser anexionadas al Reich. En estas últimas regiones germanizadas, se procedió a un programa intensivo de limpieza étnica.

Esta era la situación en Polonia cuando Edelgard, en su ciudad, abandonaba la infancia para entrar en la pubertad. Diez años más tarde comenzaba una relación epistolar con José Fernández Arroyo. Presumiblemente cuando en 1953 este materializó su sueño la imagen que arropando sus ilusiones al inicio del periplo llevaba de Stettin fuera parecida a lo que tras algunas consultas hemos fabricado. O al menos así queremos pensarlo.

Stettin (ahora Szczecin). Su ubicación en el extremo izquierdo de Polonia, sus lazos culturales y económicos con Alemania, su puerto y astillero hacen de la ciudad uno de los mayores centros comerciales y de tránsito.  Cuenta con un centro histórico medieval lamentablemente destruido durante la guerra, del que se han salvado algunos monumentos y edificios. Por su arquitectura ha sido considerada como “el Paris del Norte”. El corazón de la ciudad es una plaza en forma de estrella con muchas avenidas que parten a diversas direcciones. Otro de sus atractivos reside en el verdor exuberante de los numerosos ríos, lagos, bosques y parques que constituyen la mitad del área de la ciudad.

Sus principios se remontan al siglo VIII cuando la cima del castillo fue habitada por colonos eslavos. Durante mucho tiempo perteneció a los duques de Pomerania del Oeste, descendientes de la dinastía que reinaba en Polonia. En 1913 se abrió el canal que conecta Szczecin con Berlín, lo que  aumentó su actividad portuaria. En la segunda mitad del siglo XIX la industria se desarrolló rápidamente gracias al aumento de tráfico en el puerto marítimo. Aunque la imagen original de la ciudad ha cambiado mucho, su carácter único junto con la excepcionalidad de su arquitectura art nouveau  hacen que mantenga su encanto.

Sustituida la natural niebla por el artificio más práctico de las pantallas de neón, su humedad por la sequedad de la calefacción y varios libros sobre la mesa, intentamos -ante la imposibilidad de contar con Lufthansa como Abella- satisfacer nuestra necesidad de conocimientos recurriendo a otras fuentes como paso previo a la contundente  lectura de La sonrisa robada.


jueves, 11 de diciembre de 2014

Del recuerdo al testimonio documentado. Abordamos una nueva lectura: La sonrisa robada de José Antonio Abella


Concluimos la lectura de Nada: “Unos momentos después, la calle Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí”. Y comenzamos la de La sonrisa robada:LLUEVE SOBRE FLENSBURG”.

La España de 1945 sujeta a los condicionamientos de una dictadura, no era terreno propicio para el florecimiento de libertades. Posiblemente por esto en Nada no se habla de los actos políticos o religiosos con los que el régimen intentaba hacerse presente en la ciudad europea, abierta, industrial y, culta, pero… conquistada al fin. Ni se habla de la  Falange ni aparece ningún personaje falangista. Tampoco se utiliza un vocabulario oficial franquista, ni los nombres franquistas de las calles de Barcelona. No hay referencias al clima de represión política en la Universidad ni a las persecuciones y seguimientos diarios de los disidentes, ni a la situación de otro mundo que no sea el entorno burgués decadente o no en el que se desenvuelve Andrea. Todo esto nos lleva a otra nueva conclusión: estamos ante una obra políticamente muy bien estructurada. Acudiendo a la biografía resulta interesante recordar que Manuel Cerezales, crítico y periodista literario, con quien posteriormente contrae matrimonio, anima a Carmen Laforet, tras leer el borrador de Nada, para que se presente a la primera convocatoria del Premio Nadal que como es sabido gana en 1945. Entra dentro de la lógica, además de ser habitual, que el autor someta su obra a la consideración de otro profesional y/o editor que ayude en la adaptación. Por tanto, con tutoría o sin ella, Nada tiene garantizado un lugar preferente en el estudio de la novela española.



Del recuerdo en Nada, pasaremos, por lo que se desprende de las referencias recogidas a vivir, a través del testimonio documentado de Abella, episodios de la Segunda Guerra Mundial, desde una óptica diferente a la  acostumbrada  con La sonrisa robada.



¡Comencemos!

jueves, 4 de diciembre de 2014

Obstáculos. Nada, Carmen Laforet

Estación Rosa de Lima (Burgos)

 -Parte sí, pero todo… Todo, no.

Sabía que  el maldito despertador atrasaba siete minutos y también  que era más eficaz en su misión si le programaba en buzzer; la función radio es menos agresiva, propicia esos –como ocurriera hoy- intervalos de espera en posición horizontal antes de levantarse oyendo sin prestar atención a lo que se oye. Tampoco preparó el neceser, ni la ropa, pero, total son cuatro cosas -¡Para un día!
Lo peor fue que el maldito bolso de cabina se empeñaba en no aparecer y no quería llevar el trolley.  -¡Es un trasto!

 -Llamaré a un taxi. Mejor lo tomo abajo. Esta calle es muy céntrica, en el tiempo de llamar termino de vestirme.
 -Todo, no. Todo no puede ser culpa mía. ¿Dónde diablos están hoy los taxis?
 -¡Por fin! ¡Taxi! ¡Taxi!... A la estación de ferrocarril ¡rápido!
 -No se preocupe llegaremos.

No quería echar leña al fuego, y calló. Habría ido mejor por el bulevar. Seguramente intentaba alargar el trayecto, lo que les importa a estos es que el taxímetro suba. Tenía claro que no llegaba a tiempo. Por el billete no había de preocuparse, tenía un abono mensual.
El taxi inesperadamente paró. La maraña boscosa, a veces no nos deja ver los árboles.

 -Ya estamos. Por el bulevar hubiéramos pillado obras. Son cuatro cincuenta.
-Quédese el cambio. ¡Gracias!
 -A usted. ¡Buen viaje!

Al fin los obstáculos se habían salvado, le sobraban tres minutos, la culpa fue del agitado día anterior. Lo del “mal de ojo” es una tontería, pero las fuerzas del sino le había sido adversas, no hay duda. Haría el trayecto leyendo, Nada estaba allí desde la semana pasada. Tendría tiempo sobrado para terminar la lectura.

 -¡El móvil! ¡Me he dejado el móvil! ¡Mejor! Bien pensado hace unos años no sabíamos que existía y vivíamos igual. De cualquier modo ya no tiene solución.

Por megafonía anunciaron la salida y el reptil mecánico presto a la orden, primero lentamente, luego a gran velocidad comenzó a deslizarse disciplinado por el camino paralelo que le habían marcado. Asociación de ideas. El tren de Andrea, era con seguridad, menos rápido y más ruidoso, pensó en Nada, en Andrea, en los obstáculos  que tras abandonar la estación salieron al encuentro de la protagonista.

Moral represiva
La iniciación de una muchacha que llega a la gran ciudad con dieciocho años resulta un tanto desesperante. Tía Angustias aparece dispuesta a exigir un cumplimiento escrupuloso de sus órdenes y a controlar los movimientos de Andrea. Esta mujer frustrada ve en la ciudad un infierno del que ella debe salvar a su sobrina Representa la moral represiva, el orden disciplinario, pero también la falsa moralidad de la sociedad biempensante. Cuando tía Angustias decide marcharse, Andrea ve su liberación.

Hambre
Provocado en gran parte por su proceder infantil e inmaduro, el hambre, atroz que padece en la segunda parte llega a desequilibrar a Andrea no solo por el problema físico de la inanición; psicológicamente, su penuria contrasta con la abundancia de la familia de Ena y el derroche de la fiesta de Pons. Las dos situaciones conjuntadas llegan a convertirse en obstáculo insufrible.

Desengaños
Andrea siente asco cuando Gerardo importuno y paternalista, con quien se había citado, no pierde la oportunidad de besarla. Pons compañero de universidad,  le sirve de enlace con un grupo de jóvenes bohemios que se reúnen en el estudio de Guíxols; le proporciona la sugestión de un cortejo invitándole a un baile para, en el mismo, rodeado de gente de su clase, ignorarla tal vez por su pobreza, por su aspecto. A este nuevo obstáculo de la decepción amorosa,  se suman la relación de  Ena con Román y la de este con la madre de Ena. Andrea vaga a la deriva por los empujes que reciba de una y otra parte.

El tren acortaba distancias difuminando paisajes y objetos en razón directa a su velocidad. La mañana era fresca, la ventanilla lloraba las diferencias de temperatura. En estas meditaciones se le había ido parte del trayecto, sacó el marca páginas de su alojamiento: Tercera parte.

 –Me dará tiempo a terminar la novela –pensó.

“Cuando estuvimos frente a frente en el café, en el momento de sentarnos, aún era yo la criatura encogida y amargada a quien le habían roto un sueño. Luego me fue invadiendo el deseo de oír lo que la madre de Ena, de un momento a otro, iba a decirme. Me olvidé de mí, y al fin encontré la paz”.

Andrea está ya cansada de vivir entre los  dos mundos en que se había convertido su vida. Ha traspasado el umbral de la inocencia, empieza a comprender, a moderar sus entusiasmos.

“El aire  de la mañana estimulaba. El suelo aparecía mojado con el rocío de la noche. Antes de entrar en el auto alcé los ojos hacia la casa en la que había vivido un año. Los primeros rayos de sol chocaban contra sus ventanas. Unos momentos después, la calle Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí”.

Sumido en estas reflexiones el viajero apenas se percató de como el sol de la mañana reflejado en la  pérgola de la estación, parecía  hacer guiños de cita al reptil mecánico que supuestamente halagado por ello o por otra perentoria necesidad iba disminuyendo su marcha. Solo cuando se detuvo devolvió Nada a su lugar en el bolso y se dirigió a la cafetería.


 -Un café con leche y un croissant, ¡Por favor!


jueves, 27 de noviembre de 2014

Andrea narradora. Nada, Carmen Laforet


Cuando como lectores tomamos contacto con una nueva novela, determinadas neuronas nuestras, sensibles al estímulo recibido se interrelacionan para elaborar una respuesta sobre la información recibida. Tras el correspondiente proceso, comenzamos a “fabricar” un concepto sobre la obra. Dicho sin tanta parafernalia: empezamos a opinar centrados en un tema concreto. Algo de todo esto debió acontecer tras la anterior entrada sobre Nada de Carmen Laforet y el complejo proceso de resultados simples, se centró en la novela desde la perspectiva de la narradora.
La imagen que proyecta Andrea narradora sobre nosotros es la de un grupo de personas cuya vida es un infierno obligadas por la escasez a convivir en el mismo espacio y  cada una con sus secretos que aumentan la discordia. Las relaciones humanas y en definitiva su vida, son poco o nada gratificantes para el conjunto.
Andrea es narradora única, por lo que al lector se le impone –excepción hecha de  sus propias conclusiones- un solo punto de vista: el de la inexperta Andrea que recuerda y analiza situaciones de un pasado próximo, la mayor parte de las impresiones, emociones o decepciones que recibimos son las suyas. También lo es el concepto que tiene de las personas y del entorno en el que se mueve. Presenta la casa, sujeto importante en la novela, como un mundo aparte sustentado en principio por la bondad de una adorable viejecita (la abuela) que, en las páginas finales resulta culpada por sus hijas del suicidio de Román.
-Le malcriaste. Recuerda que le malcriabas, mamá. Así ha terminado.
-Siempre fue usted injusta, mamá. Siempre prefirió usted a sus hijos varones. ¿Se da cuenta de que tiene usted la culpa  de este final?
-A nosotras no nos has querido nunca, mamá. Nos has despreciado. Nos has humillado.
Con este diálogo sobrecogedor en torno a la muerte de Román la narradora pone el énfasis en una madre demasiado indulgente con sus hijos que enlaza  con la visión que  Andrea  transmite de la casa al comienzo de la novela: un mundo anormal lleno de tensiones. De un lado podríamos pensar que el inesperado mensaje puesto en boca de sus tías a las que apenas llega a conocer se asienta en que generosidad y perdón mal entendidos pueden ser causa de la decadencia de valores en la familia. De otro, que la introducción del suicidio sea una pincelada romántica: una muerte por amor (o por despecho).
Andrea narradora no  entra en análisis o valoraciones,  hace madurar a Andrea narrada.  Que pierda la ingenuidad inicial y oculte datos no interesantes de su pasado. Es huérfana, pero nada dice de la muerte de sus padres. De su estancia en Barcelona extrae la sabiduría del hambre y  la pobreza. Llega desde un pequeño pueblo en el que ha estado durante dos años. Ha cursado el bachillerato en un colegio de monjas, donde ha permanecido durante casi toda la guerra. Andrea narrada, desde un vacío desolador marcha en busca de una vida nueva, de liberación.



jueves, 20 de noviembre de 2014

Monólogo. Nada, Carmen Laforet


  -La noche, por esa multitud de extrañas razones que nuestro subconsciente guarda, no fue muy propicia al descanso y, como siempre ocurre, cuando  la ciudad despertaba envuelta en una “pertinaz[1]” niebla, Morfeo me envolvió en ese agradable sopor del duerme-vela que como siempre ocurre, pone broche a una noche insomne. La “pertinaz”, consciente de que había de engendrar una tarde de paseo se batió en retirada. Los árboles lucían orgullosos ese amarillo que les es propio a final del otoño. La opción, dado lo temprano de la hora solo podía ser una: tras el desayuno, olvidar el coche y hacer el trayecto estrenando la alfombra amarilla del parque mientras pensaba algo para el blog sobre Nada y Carmen Laforet o viceversa.

  -Lo primero que me vino a la mente fue el momento histórico: 1944 y la censura que curiosamente no puso especiales reparos a la obra, aunque fue interpretada de manera muy distinta por los dos censores que la revisaron. Uno de ellos la consideró una “novela insulsa, sin estilo ni valor literario alguno”. Al otro le pareció una “narración inmoral y contraria a la doctrina de la Iglesia”. Los sectores más reaccionarios del régimen la criticaron ásperamente porque no encajaba con la ideología del nacionalcatolicismo. Eran los tiempos del lenguaje oficial grandilocuente y tal vez, la precisión y sencillez de un modo de expresión desprovisto de énfasis le otorgó singular éxito no solo de  público sino también el reconocimiento de gran parte de los intelectuales del periodo, incluidos los exiliados.

  -Habrá que atender al criterio de Carmen Laforet –pensé mientras caminaba- y olvidar el tan traído y llevado tema de la autobiografía. Claro que -seguía pensando- Nada, tiene influencias de las corrientes de pensamiento y tendencias literarias de su tiempo, pero Laforet  no entiende la novela como un instrumento de crítica y denuncia de las injusticias sociales y sí como  reflejo de la realidad inmediata.   Sus personajes viven en conflicto con la sociedad, pero buscan una solución individual a su vida, sin ninguna pretensión de transformar el mundo.

  -La mullida alfombra amarilla  se hacía más tenue por momentos mientras pensaba en la  historia de lugares y personas que rodearon a Andrea desde octubre de 1939 a septiembre de 1940. La casa representa el pasado, en ella pervive  la violencia, los personajes que obligados la habitan dependen unos de otros y Andrea es mudo testigo de todo. La Universidad es el apetecido futuro, el espacio liberador, donde Andrea hace nuevos amigos y puede moverse en libertad.  Vía Layetana donde viven Ena y Jaime, el estudio de Guíxols y la mansión de Pons, alivian el enclaustramiento que supone la casa de Aribau.

  -Dos perros corren felices entre la ingravidez de las hojas que ellos mismos provocan saltando. La verja del parque cierra el monólogo, al otro lado de la calle en la cafetería, Ana, como cada día me espera para tomar el primer café de la mañana antes de comenzar el trabajo.

  -El tema de Andrea narradora también es interesante. Tal vez la próxima semana.



[1] Reminiscencia de la época (1939-1940) en la que se desarrolla Nada

jueves, 13 de noviembre de 2014

Dificultades en el último momento. Nada, Carmen Laforet


“Por dificultades en el último momento”[1] hube de acarrear con los volúmenes recogidos el día anterior de la Biblioteca Pública. Hasta aquí, salvo el superior peso de la mochila todo normal, el problema, si así puede llamarse, vino cuando apenas traspasado el arco de seguridad de la entrada en la Biblioteca Central, el maléfico artefacto me denunció como “non grato”, y como “no podía ser de otra manera” (perdón por  utilizar esta frase tan correcta políticamente) todas las miradas convergieron en quien esto escribe.

  -¿Llevas algún libro de la Pública? Preguntó aliviando la situación una agradable voz femenina
  -Sí, dos que no tuve tiempo de dejar en casa.
  -No te preocupes ocurre a veces, lo curioso es que los de aquí, no activan la alarma de allí. Déjamelos un  momento y los desactivamos, no hay más problema.
  -Toma, gracias.
  -¡Anda! La novela social española ¿Estás con Nada de Laforet? (el Club se reúne en la sala B de la Biblioteca Central UBU)
  -Sí, pero no. Estos son para otro trabajo, ya te dije: me olvide de dejarlos en casa.
  -Os sigo cuando puedo y tengo la novela en casa, en pasta dura de color azul. ¡Debe tener unos años!
  -A pesar del tiempo se lee muy bien y no ha perdido atractivo.
  -Por eso te pregunté al ver los libros sobre la novela social
  -Quizás esta primera novela de Laforet podría encuadrarse como un anticipo de la novela social, no sé. Para el lector, el mundo cerrado de la casa de Aribau constituye un espacio aparte de la vida que transcurre fuera y la protagonista, Andrea, personifica el contraste entre la vida de la casa y la que ella lleva.
  -Cuándo la escribió era muy joven ¿No?
  -En 1944 tenía 23 años, ganó con Nada el  Premio Nadal, en 1945 y el Fastenrath en 1948. En 1946 contrajo matrimonio con Manuel Cerezales y decidió dedicar los años siguientes a su familia. En este dato tenemos una muestra de la posición de la mujer (y hablamos de una escritora) en la sociedad del momento.  En 1944 el Régimen, a través de la Sección Femenina, catequizaba en colegios e institutos la minoría intelectual de la mujer frente al varón. Las novelas de consumo femenino las protagonizaban muchachas temerosas de Dios y románticas que conocían a un caballero con el que acababan casándose. Carmen Laforet, junto a Pascual Duarte, de Cela renovaron aquella literatura de posguerra.
  -Yo creo que, en esa época, y tan joven, tal vez lo que hizo fue recoger retazos de su propia vida. ¿No crees?
  -No lo sé, esa es una de las eternas preguntas: autobiografía o motivación. No debemos olvidar el entorno histórico, dado que la novela comienza con la llegada de  la protagonista a Barcelona pocos meses después de finalizada la Guerra Civil española y cuando a principios de 1945  recibe el premio Nadal, la guerra, primero en Europa y luego en Asia, estaba a punto de terminar. Nada es la primera novela española que se sitúa en el marco coetáneo, de la posguerra, refleja la realidad inmediata sin idealizarla, con realismo y -esta es otra de las preguntas- no sabemos si con intencionalidad crítica, Carmen Laforet no se ha manifestado en este sentido.  De cualquier forma, el contexto histórico es sólo un marco borroso al que se alude muy poco. A Laforet le interesa más el microcosmos de sus personajes y su drama humano, que la problemática social en la que están inmersos.
  -Perdona pero tengo que volver “al curro”. Me reclaman
  -Ha sido un placer. La próxima vez de una u otra manera conseguiré que el maléfico artefacto vuelva a delatarme. Gracias. ¡Hasta otro día!





[1] Nada (primera parte, I)

viernes, 7 de noviembre de 2014

Doble personalidad. El Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda


Al tratarse el Quijote apócrifo de una continuación, necesariamente, muchas de sus características en cuanto a concepción y estilo, deben de mantenerse, ya que personajes y  raíz de la obra por ejemplo, vienen impuestos desde la primera parte del Auténtico. Por eso, llama la atención del lector la eliminación de Dulcinea del Toboso. Sabido es que caballero que se precie, debe tener una dama a quien ofrecer sus aventuras como consta en los libros de caballería.

Profundizando algo más y contrastando como venimos haciendo ambas obras vemos que el don Quijote cervantino presenta una locura de doble personalidad (Valdovinos; I, cap. V o Reinaldos de Montalbán; I cap. VII) hasta el capítulo VII de la primera parte. A partir de esta el recurso de la doble personalidad muy socorrido en temas de locura queda abandonado y don Quijote será solo don Quijote. Del mismo modo en el entorno de esos primeros capítulos el don Quijote de Cervantes hace gala de alusiones al Romancero que también olvidará. Avellaneda por el contrario, continua con un protagonista loco y con desdoblamientos de la personalidad a lo largo de toda la obra, y exaltando la fantasía de don Quijote acudiendo a figuras y episodios del Romancero; valga como ejemplo el episodio del melonero (cap. VI) en el que nuestro apócrifo  protagonista  recita romances de rey don Sancho se cree herido por Vellido de Olfos y convierte a Sancho en Diego Ordóñez. Avellaneda quiere mantener a don Quijote simplemente como loco y a Sancho como tragón para contrarrestar la avalancha cervantina. 


Nada hay nada al azar por tanto en el Segvndo tomo del ingenioso hidalgo don Qvixote de la Mancha, compuefto por el Licenciado Alonso Fernandez de Avellaneda, natural de la Viila de Tordefillas. Era necesario rendir homenaje a esta Segunda parte en su 400 aniversario, así lo hacemos, y… su lectura da para mucho más.

jueves, 30 de octubre de 2014

Jaque mate. El Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda


A estas alturas -y a cualquiera otra- es incuestionable que Avellaneda se apoderó de don Quijote y Sancho haciendo de aquel un personaje abstracto, cuya vida  no creció a todo lo largo de aquella Segunda parte, y de este  un glotón rudo y pornográfico. La transformación no quedó solo ahí: ambos pasaron de una vida trashumante y campesina a urbanitas de facto.
A estas alturas -y a cualquiera otra- resulta evidente que Cervantes leyó el libro de Avellaneda y puso remedio a semejante apropiación como solo él sabía hacer, y en el capítulo LXXII de “su Quijote” en justa compensación toma posesión de Álvaro Tarfe caballero granadino invención de Avellaneda al que dota en su novela desde el primer hasta el último capítulo de especial  protagonismo  y gran afecto por don Quijote. Tan  singular maniobra, repito, solo podía hacerla alguien como Cervantes.
Recordemos como en la obra cervantina, don Quijote y Sancho ven llegar a un caballero acompañado de sus criados que le nombran como: don Álvaro Tarfe, y como don Quijote se dirige a él para reafirmar su personalidad frente a la de aquel que anda impreso en la segunda parte de la historia de Don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno (Cervantes, II, LXXII).
Y como suplica que don Álvaro haga:
Una declaración ante el alcalde deste lugar de que vuestra  merced no me ha visto en todos los días de su vida  hasta agora y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza, mi escudero, es aquel que vuestra merced conoció. (ibid)
El personaje más afín al lector del Quijote de Avellaneda, al margen  de los protagonistas, el que más empatía crea, posiblemente sea don Álvaro Tarfe, descendiente según podemos leer:
De los moros Tarfes de Granada, deudos cercanos de sus reyes y valerosos por sus personas, como se lee en las historias  de los reyes de aquel reyno, de los Abencerrajes, Zegríes, Gomeles y Mazas, que fueron christianos después que el chathólico rey Fernando ganó la insigne ciudad de Granada (Avellaneda, cap. I).
No toma por tanto Cervantes el personaje al azar para contrarrestar a Avellaneda. Don Álvaro es un personaje importante, serio, que “cae bien” al lector a pesar de su ascendencia o precisamente por ella, si tenemos en cuenta que la novela al igual que la de Cervantes dice ser la traducción al castellano de un texto árabe (Alisolán-Cide Hamete). La utilización de don Álvaro por parte de Cervantes viene a ser lo que el jaque mate en ajedrez: Cervantes toma a don Álvaro Tarfe, personaje importante creado por Avellaneda para eclipsar al don Quijote de este creación indiscutible y exclusiva de don Miguel.


jueves, 16 de octubre de 2014

La figura de Sancho. El Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda


La figura de Sancho en El Quijote apócrifo, presenta considerable transformación de manos de Avellaneda. Es si se quiere, como más natural, como mas acorde con el entendimiento rústico que se le supone en la obra de Cervantes, en la que gracias a la maestría del autor a pesar de encerrar en muchas ocasiones pensamientos que no corresponde a su simplicidad, la verosimilitud queda a salvo. Entre ambos Sanchos -puesto que de dos se trata- viene a ocurrir, a mi juicio, algo así como lo que sucede cuando dos personas cuentan un chiste: uno (Sancho cervantino) pretende ser gracioso y el otro sin pretenderlo, lo es. Repito: es una opinión y se admiten lógicamente opiniones en contra.

El Sancho de Avellaneda,  un tanto desastrado y tragón: ¿es posible, Sancho que no ha de auer para tí guerra, conuersación ni passatiempo que no sea de cosas de comer?, es un buen hombre, simple, y con pocas luces que resulta gracioso precisamente por sus tonterías, sus razonamientos disparatados y su incomprensión a las  insinuaciones de Bárbara la de la cuchillada. Desfigura palabras que o son demasiado cultas para su entendimiento, o no conoce: desafortunios = infortunios; castraleones = camaleones; disoluto = absoluto; desconveniente = inconveniente; ave fétrix = ave fénix. O vulgarismos como San Belorge = San Jorge. Por abundar algo más incluye en un alarde de erudición (Sancho dice haber ayudado a Misa) despropósitos latinos no muy acordes al contexto de la conversación: gloria tibi Domine; fructus ventris.

Dado que Avellaneda dota a Sancho de lo que podría definirse como “gracia natural”, merece la pena al menos una ligera reflexión sobre la celebración  que de sus ocurrencias   hacen personas calificadas de importantes en la obra, que hoy puede parecernos pueril, pero situados en la época es perfectamente verosímil porque en concepto de humor era absolutamente diferente al de  nuestros días. Para los principales que disfrutan con su conversación, Sancho es un hombre zafio y tosco que divierte por ser quien es y como es. En opinión de algunos estudiosos: "Sancho personifica el desprecio que Avellaneda sentía por el ruralismo del pueblo español". Si así fuera -que bien pudiera ser- he encontrado en estas observaciones una razón más para leer, contrastando con el auténtico, El Quijote apócrifo.

jueves, 9 de octubre de 2014

Segar hierba de prado ajeno. El Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda


 
Sin rubor alguno he de confesar que la presente lectura tiene un valor añadido que ya apuntaba en la entrada anterior: “no solo se presta sino que resulta obligado hacer un contraste con El Quijote de Cervantes". Y es por ello, que sin renunciar al disfrute con las mil y una peripecias de la “otra segunda parte”, en la que los mismos personajes se comportan de modo diferente. Sin renunciar a ello, la conversación en la venta (capítulo LIX segunda parte de Cervantes) entre don Gerónimo y don Juan cuando don Quijote y Sancho oyen en la habitación contigua: el que huviere leýdo la primera parte de la historia de don Quixote de la Mancha no es posible que tenga gusto de leer esta segunda; me perece crucial no solo por lo que supone de clara denuncia en ella de  Cervantes a Avellaneda, sino por lo que representa, a la luz de dos temas fundamentales: la situación por la que estaba pasando don Miguel al conocer la existencia de “otra segunda parte”,  y la sutileza  e ingenio que muestra en estas líneas llenas de intencionalidad reprensiva.

No por sabido debemos dejar de mencionar como Avellaneda insulta despiadadamente a Cervantes haciendo alusión a su vejez y su herida en Lepanto (soldado viejo), a su condición envidiosa y murmuradora, y lo presenta como marido consentido. Abunda también en  una nota irónica diciendo que: disculpa los hierros de su primera parte al averse escrito entre los muros de una cárcel. En suma todo un rosario de alabanzas.

¿Concibió Avellaneda este trabajo por despecho? O lo hizo por dinero. Es evidente que  las  relaciones entre ambos no eran precisamente cordiales y aquel bien pudiera ser un motivo. En el terreno económico, sabido es que, Cervantes tuvo considerable éxito de difusión en su primera parte pero no está tan claro que el económico fuera parejo. Sea como fuere si bien Cervantes se demoró en extremo en la edición de su segunda, parte quien segó hierba de prado ajeno fue Avellaneda -aunque el hecho fuera frecuente.

jueves, 2 de octubre de 2014

Variaciones sobre un mismo tema. El Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda


El hombre de La Mancha» Paloma San Basilio y José Sacristán 

Al ser  el tal Avellaneda el escritor que continua la primera parte cervantina, hecho por otra parte frecuente en la literatura medieval que tuvo  continuación en los libros de caballería como él mismo justifica en el prólogo: “solo digo que nadie se espante de que salga de diferente autor esta segunda parte, pues no es nuevo proseguir una historia diferente sujetos”. Su segunda parte no solo se presta, sino que resulta obligado, hacer un contraste con el Quijote de Cervantes por cuanto que los personajes principales y la esencia de la ficción le vienen impuestas.

Situados en este contexto, una de las cosas que llama la atención en  El Quijote apócrifo es la eliminación de Dulcinea del Toboso, especialmente si recordamos, ya muy avanzada la segunda parte (capítulo LIX) de “el auténtico”  la defensa que de ella hace don Quijote a preguntas de don Juan “Dulcinea se está entera y mis pensamientos más firmes que nunca; las correspondencias en su sequedad antigua; su hermosura en la de una soez labradora transformada”.

Cabe preguntarse las  razones que llevaron al tal Avellaneda a semejante decisión. Bien pudiera ser para mantener la imagen de un hidalgo, loco sí, pero falto de ideales nobles. También, porqué no, por la dificultad que suponía mantener la complicada figura de Dulcinea, la creación no era suya y mantener a hidalgo y escudero ya suponía una buena dosis de ingenio.
Los preparativos para la eliminación de Dulcinea no se hacen esperar. Don Quijote, inquieto por recuperar  un libro de caballería que sustituya a las lectura piadosas impuestas por el cura,  trata de convencer a Sancho para volver al “militar exercicio” y aquí, apenas iniciado el relato (capítulo II de la segunda parte del licenciado Avellaneda) se anuncia ya la eliminación: “y a ver si en otra (dama) hallo mejor fe y mayor correspondencia”. Y el comienzo de nuevas aventuras renunciando a lo irrenunciable en un caballero: una dama a quien ofrecer sus victorias. El Caballero de la triste figura es ahora El Caballero Desamorado. Sus actos pierden idealismo limitados a locuras y extravagancias.

En modo alguno es comparable Dulcinea con Bárbara. El don Quijote cervantino tiene con Dulcinea un amor idealizado y desinteresado. El Caballero Desamorado, en su desequilibrada mentalidad, ve a la reina Zenobia como una dama a la que, por las leyes de caballería, está obligado ayudar.
El licenciado Avellaneda cambia a Aldonza Lorenzo la soez labradora  por Bárbara la de la cuchillada; ideales por obligaciones; podemos hacer conjeturas pero nunca sabremos la reazón del cambio.


jueves, 25 de septiembre de 2014

Cervantes: el mejor lector de El Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda


Habida cuenta que, aún apócrifo, el de Avellaneda también es Quijote -es más, podría decirse que es otra versión de la Segunda parte- parece prudente conceder al don Quijote cervantino la iniciativa a fin de establecer que fue primero: el huevo o la gallina. Es decir quien tuvo antes  acceso a la obra contraria. El tema es interesante por cuanto desde el prólogo la contienda está servida: “Y así sale al principio desta segunda parte de sus hazañas este, menos cacareado y agressor de sus lectores (el Sabio Alisolan) que al que a su primera parte puso Miguel de Ceruantes Saauedra” (Cide Hamete Benengeli).
A decir de los estudiosos Cervantes tenía la costumbre de comentar e incluso leer las novelas que estaba escribiendo, de lo que resulta que tal costumbre podía ser un hábito en los escritores y pudo conocer el manuscrito del tal Avellaneda. Por idéntica razón, éste pudiera haber conocido al menos parte de la Segunda parte auténtica. Pero… nos hemos planteado en esta ocasión la lectura salvado ya el laberinto de la autoría a modo de fantasía, en torno a la prioridad de autores y protagonistas.
Supongamos que Cervantes fuera informado por don Quijote de la Segunda parte de Avellaneda en el momento de escribir el capítulo LIX de su Segunda parte. Supongamos que tras esta información, Cervantes se limitase, como hizo don Quijote, a hojear el libro entregado por don Jerónimo, y sin más análisis continuara escribiendo su libro. Siguiendo el hilo de esta fantasía, si así fuera tal vez hubiera dado solo  noticia de las insidiosas palabras del prólogo o, tal vez de la falta de artículos en la escritura, pero fue más allá afirmando, con indudable sentido irónico, que: “se desvía de la verdad en lo más principal de la historia” dando importancia al hecho menor de llamar Mari Gutiérrez a Teresa Panza (Cervantes lo había hecho ya en la primera parte del Quijote) y calificando al libro del "autor moderno" de contenido “obsceno y torpe”. Para esta calificación es obvio que no sirve una lectura superficial.
De vuelta a la realidad es por tanto presumible que Cervantes con o sin la ayuda que en nuestra fantasía aportó don Quijote tuviera antes un conocimiento de la obra de Avellaneda. Cervantes fue sin duda el lector más singular que tuvo el tal Avellaneda y este fue con certeza, un admirador del Quijote. Lo imitó y continuó al tiempo que premiaba a su autor con resentimiento  correspondido por Cervantes con ironía y delicadeza pero no menor eficacia.
Emulando a don Miguel intentaremos durante el mes de octubre acercarnos a su singularidad lectora.     


viernes, 19 de septiembre de 2014

Tanto monta-monta tanto. El Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda


Una de las primeras cuestiones que se plantean al desocupado lector  de SEGUNDO TOMO DEL INGENIOSO HIDALGO  DON QUIXOTE DE LA MANCHA “que contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras” es: ¿Quien escribió la obra? Así, a bote pronto, la pregunta  por lo obvia se antoja  absurda, habida cuenta que el lector en cuestión dijo a su librero ¿Tienes “El Quijote de Avellaneda”?, parece absurda pero no lo es tanto toda vez que la duda no está en el nombre, sino en el hombre, en la persona (la posibilidad de que fuera mujer parece remota). Sobre el tema hay multitud de  opiniones,  tantas que ha  llegado a identificarse a Avellaneda con el mismo Cervantes. Podría decirse que solo Góngora y Calderón han quedado al margen de la lista de presuntos autores.
No es cosa por tanto de detenerse en análisis onomásticos. Tanto da a la hora de comentar la obra: Alonso del Castillo, Vélez de Guevara, Fernández de Avellaneda o Jerónimo de Pasamonte.
Despojados de la animadversión inicial que provoca un autor al utilizar en su provecho el éxito de otro muy querido y admirado  hemos de admitir que el relato mantiene el ritmo de los acontecimientos cuando la acción lo requiere, que consigue con acierto el efecto sorpresa, que cuando el relato es descriptivo o queda en manos de personajes secundarios, la fluidez de aquel y las peculiaridades de estos sorprenden gratamente al lector. Y en base a esta apreciación de la lectura surgió la cuestión inicial, porque no hay duda de que estamos ante una obra que, por denostada que esté,  se mantiene a la altura de las muy buenas narraciones de nuestro Siglo de oro.
Ni procede ni estamos en condiciones de comparar a Don Miguel de Cervantes con el licenciado Avellaneda natural de Tordesillas, pero cierto es que desde el comienzo de la lectura El Quijote apócrifo mantiene características, estilos y tonos (moralizantes unos, procaces otros) que minimizan la animadversión inicial. Por tanto: sea cual sea la identidad del autor -cuestión hoy no suficientemente aclarada- sea bien leído El Quijote de Avellaneda.


lunes, 1 de septiembre de 2014

La botella está por la mitad


Hemos dejado atrás el estrés vacacional: la playa repleta, el pueblo lleno de chiquillos en bicicleta, los mosquitos empeñados en arruinar el paseo de atardecer o aquellas rabas plastificadas, pocas, en plato de café y sin rodaja de limón.
Hoy el despertador de última generación con sonidos de naturaleza y animales nos ha situado  a las 6:45 de la mañana, en el lugar adecuado: el autobús repleto de rostros soñolientos,  la inefable monotonía del trabajo, el café de máquina a las 10:30… Por la tarde, tras calzar las zapatillas de running nos hemos deshecho en sudor.  Por cierto, el cinturón elástico comprado en Almacenes el Cielo (mercadillo) disimula muy bien que no podemos abrochar la cinturilla del pantalón.

Decididamente la botella está por la mitad.

sábado, 19 de julio de 2014

¿ NAUFRAGIO ?


La voz sonó a sus espaldas con la certeza de ser escuchada y la seguridad de  haber creado la inquietud de una obligación ineludible
-Tienes que escribir algo para Pedro
-¿Yo? ... !!Si el que escribe  es él !!
- Ya, pero....
No sabría decir cómo y por qué pero Echo al fuego los restos del naufragio, el último libro de Pedro Ojeda, aparentemente abandonado a su suerte, descansaba sobre el teclado del  portátil que, por similar sortilegio ya tenía una hoja de Word abierta en blanco.
Justo en el momento en que apuraba el segundo café de la mañana en un intento de espantar a los duendes del agitado día anterior, asumí el compromiso de seguir la sugerencia de –como reza la dedicatoria en la portadilla del libro- “la Notaria de la vida de los suyos” e intenté escribir algo.

Un naufragio nunca es deseado, ni previsto, surge de pronto o por la acción de las circunstancias o por el paso del tiempo que  tiende a deteriorarlo todo. Es lamentable, pero no algo de lo que debamos avergonzarnos. Bien como patrón o como pasajero hemos de asumir una parte de responsabilidad por no seguir la ruta adecuada o por haber embarcado pero sabido es que quien no se arriesga no pasa la mar. De un naufragio, si sobrevivimos, puede salir una experiencia y quién sabe si una liberación. En cualquier caso es obvio que siempre deja rastro.

Releyendo la obra de Pedro Ojeda, uno comprueba que todo no ha sido arrojado a la hoguera, una parte de la nave era aprovechable y se utilizó. Los restos una vez varados en la playa de la reflexión han servido para construir una goleta ágil y marinera, bautizada en tierra de secano el pasado jueves 17 en el Museo del libro, con la que explorar mares de sentimiento y reflexión personal. Quienes con él compartimos singladura literaria aprendiendo de sus clases guardamos con cariño la maqueta en un lugar accesible a salvo del olvido del tiempo.

¡Gracias Pedro!   


miércoles, 16 de julio de 2014

De las relaciones hombre-mujer en: El río que nos lleva. José Luis Sampedro


Ambientada en los años cuarenta, El río que nos lleva es una novela coral, en la que el Tajo se convierte en metáfora fluvial del curso titánico de la vida; los gancheros en espejo del duro peregrinar de un oficio marginal y sus relaciones en estudio etnográfico de una clase social en la que hombres y mujeres, muestran la descarnada realidad de la vida en su sentido primitivo.

La sensualidad -frecuente en la obra de Sampedro- se manifiesta  en muchos de los personajes a los que el autor dota de un fuerte potencial sexual, contenido en ocasiones por el concepto de grupo para todos o para ninguno (Paula). Por el aislamiento (empleadas de la leprosería). O por lo constreñido de la sociedad en la que habitan (Nieves, Manuela, la viuda).

La relación hombre-mujer, era ya en los años cuarenta  diferente en el mundo rural y en la ciudad y queda sintetizada por Sampedro al final de la novela en Buenamesón enfrentando el automóvil y la radio con la maderada y los gancheros, de un lado la modernidad, de otro la prehistoria.

La actitud de la mujer, atraída sin más por un hombre rudo hosco y dominador puede llegar a sorprender al lector del siglo XXI. De grado o por la fuerza de una incultura partidista los valores admitidos tolerados o soportados por esta, distaban mucho de los actuales, baste recordar algunas sentencias frecuentes en la época tomadas del acervo popular tan distantes del sentir actual:

“el hombre y el oso cuanto más feo más hermoso”
“el hombre guapo tiene que oler a vino y a tabaco”

También la certificación reiterada de que en toda relación había  un señor y un vasallo,(si el hombre era un alfeñique, la posesión era tomada por la mujer; véase la escena de la taberna).
Posteriormente se ha cantado y aplaudido cientos de veces en los escenarios el componente posesivo de la relación de pareja no declarado en el día a día veamos algunos ejemplos:

El preso número nueve Roberto Cantoral / trío Calaveras (“porque mató a su mujer / y a un amigo desleal”).
Noche de Reyes / Carlos Gardel  (“quise vengar el ultraje / lleno de ira y coraje /sin compasión los maté!).
O los tangos Tomo y obligo, el expresivo La maté porque era mía, y tantos otros que bajo la apariencia de canciones sin más objetivo que entretener, dejan un poso de violencia que hoy seguimos lamentando.
De aquellos lodos vienen estos barros. La relación que nos presenta Sampedro se ciñe a la realidad del grupo social tratado de la época, posiblemente un hombre de otras características no hubiera sido "bien visto" entre las mozas del lugar. A este respecto me permito recordar un fragmento de Delibes en El camino cuando Daniel el Mochuelo refiriéndose al herrero piensa: Con frecuencia el herrero trabajaba en camiseta y su pecho hercúleo subía y bajaba al respirar como si fuera un elefante herido. Esto era un hombre. Y no Ramón, el hijo del boticario, emperejilado y tieso y pálido como una muchacha mórbida y presumida. Como podemos ver también Delibes retrata una realidad que hoy parece ancestral, pero no lo es tanto

El río que nos lleva, es una novela, pero es mucho más, es la proyección del modo de pensar del autor, hecho -como él dice- a sí mismo:

"La vida que me dieron la he desarrollado, la he cultivado, he trabajado para ella y por ella. He sido un buen servidor de esa vida sirviéndome a mí mismo. Bueno, pues eso es la vida, hacerse quien es uno, y ya está".

Valgan estas líneas como sencillo homenaje a un hombre admirable y excepcional.