Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 19 de junio de 2014

El cura de Oterón. El río que nos lleva, José Luis Sampedro


Tras la introducción, Sampedro divide El río que nos lleva en tres partes. La primera que transcurre de La Escaleruela a Ocentejo, incluye una localidad ficticia tomada posiblemente de  la que se encuentra al repasar la toponimia del Valle de Turón en el concejo de Mieres (Asturias): Oterón. Los gancheros llegan a tiempo para asistir a las celebraciones del Viernes Santo, cuyo protagonista indiscutible es don Ángel Ponce, párroco de la supuesta localidad lleno de vida y fuerza moral por medio del que  se transmite al lector un –nunca más oportunamente dicho- rosario de sentencias irrepetible.

Dos recursos en este episodio nos acercan a la vida y pensamiento de Sampedro cuya actitud en la vida puede resumirse en libertad, misticismo y dignidad. El primero es  el sermón con dos partes bien diferenciadas. En la primera el monólogo interior del cura se externaliza ahondando en la facilidad para el olvido y la liviandad de la palabra pronunciada bajo la premisa de tópicos:

Somos felices olvidando, nos refrescamos en la cobardía como el pez en el agua, inventando mil maneras de ser cobardes pareciendo valientes (…) utilizamos a Dios sin  mirar nunca de frente, para que no haga imposible nuestra cómoda vida de cobardes.

La segunda parte, vira certera y lamentablemente hacia la homilía costumbrista, lacrimosa y convencional que el pueblo asentado en la comodidad moral de la ignorancia impuesta, espera y desea escuchar.

Encontramos un segundo recurso en el encuentro con el jefe de la cuadrilla “lantera” El Americano, en la sacristía. El diálogo que mantienen es también toda una declaración de principios puesta en boca de don Ángel: justifica al pueblo frente al poderoso no por ingenuidad -que también en el pueblo hay violencia- sino porque esta se genera en muchos casos por la miseria y la necesidad:

El labrador que da una puñalada por el agua de una acequia, palpa cada día el agua y la tierra seca; el empresario que gana un millón especulando, no ha visto mas que papeles, y desde luego no distingue en verde el trigo del centeno.

Bien podríamos ver en el cura de Oterón, un álter ego del autor, en su atracción por los humildes, la solidaridad que estos manifiestan, el reconocimiento de su aislamiento; lo que es verdad permanente y la adaptación que de esta hacemos. En la creencia en fin, de que el pueblo es más verdadero, reflejada en la vida de los gancheros, tan escasos de comodidades y recursos que incluso envidian la suerte de los pobres labradores de las comarcas que atraviesan.

El Río de Sampedro, encierra momentos inolvidables


5 comentarios:

pancho dijo...

Los desheredados, las minorías, no deben callar si los poderosos, no importa el motivo por el que lo sean, avasallan sus derechos. Además están en la obligación de la insurrección.
Excelente planteamineto para la reflexión.
Un abrazo

Gelu dijo...

Buenas tardes, Paco Cuesta:

Veo que vas muy adelantado en la lectura.
Me llamó la atención, por lo que nos toca como burgaleses, así que, Copio:
pág.99 [...]“Era, en fin, uno de esos Santos Cristos tan españoles, como el de Orense o el de Burgos, que aterran fascinadoramente y encauzan el ímpetu religioso hacia una atmósfera de misterios trágicos y oscuros.”
Estupendo personaje el cura Ángel Ponce. ¡Qué bien escogido Fernando Fernán Gómez para ese papel!

Abrazos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Certera tu mirada: te has fijado en un personaje que es una voz moral, ajustada en la narrativa no solo a su oficio sino a su propio sermón y discurso.

Abejita de la Vega dijo...

Sólo Shannon y el Americano, personas con cultura, entienden la primera parte del sermón. Cuando cambia el registro y pasa a lo de siempre, la gente se siente aliviada. Me parecía oír a a aquel don Rufino de San Lorenzo, en nuestra inquieta ciudad: amadíiiisimos en el Señor. Fernán Gómez lo borda en la película.

Sí, seguramente, Sampedro proyecta
su propio pensamiento, aunque no lo veo yo tan religioso... Y defiende al humilde, nunca la poderoso. Lo recordamos con los indignados.

Un placer leerte. Un abrazo.

Myriam dijo...

Entrañable la figura del padre Ángel. Justamente, en la primer parte del sermón no le entienden los del pueblo, porque los hace pensar... en la segunda, la parte costumbrista, se ponen Cómodos y se relajan: cómodamente manipulados por las emociones, lloran a moco tendido.

¡Qué bien lo señala JL Sampedro con este personaje!

Besos