Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 26 de febrero de 2015

Adolescencia. Entre visillos. Carmen Martín Gaite

Dos de los ejes sobre los que discurre la novela de Carmen Martín Gaite Entre visillos son: Natalia y Pablo Klein; un profesor que anima sus alumnas para que defiendan su intención de estudiar una carrera frente a la voluntad paterna, y les advierte de que la sumisión a la familia perjudica muchas veces, puesto que limita o anula la libertad del individuo.

Hoy  quisiera, sin olvidar este concepto, rompedor en los años cincuenta centrarme en las emociones.

“… y de pronto él en persona se nos ha puesto al lado”.

Los sentimientos que, en silencio, desde el incógnito y en una sola dirección tienen como escenario el aula de un instituto han sido, y entiendo que seguirán siendo -como tarea fácil y posiblemente rentable que es- manantial de no pocas publicaciones lacrimosas. La dificultad de expresar en un texto la dimensión de ese sentimiento unidireccional reside en narrar desde el sentimiento mismo de forma natural.

Tan natural como lo puede ser que dos compañeras al salir de clase coincidan en el camino con su profesor. Tan natural como que este les acompañe. Tan natural como que en el trayecto el diálogo comience por el instituto y derive a temas de futuro o personales.

Tan naturalmente complicado como para que se produzca una atracción emocional hacia quien enseña que hay horizontes más allá de la rigidez académica:

"… dice [el profesor] que nada más aprende el que tiene ganas y que por eso no da sobresalientes ni nada, para que el que estudie no lo haga por la nota, sino por el interés de aprender".

 y familiar:

"¿Qué hay de lo de su padre? –le pregunté- ¿Ya le deja que estudie carrera?
[…]
Si quiere hacer carrera, la tiene que hacer, convénzase de eso".

Emociones adolescentes que empujan a ese absurdo sentido del ridículo que lleva a sentirse infantil   con un bocadillo en presencia del profesor. Contar los portales en un intento de acortar el espacio que falta hasta casa para dejar de compartir con un desconocido conocido argumentos en los que tiene razón. Rechazar un café: “Que era tarde, eso le dije, que idiota soy”. En suma: perder la compañía  que deseaba mantener para una vez en el rellano de la escalera desandar el camino corriendo en su busca con la intención de recuperar el café desdeñado.

Esa etapa turbulenta, llena de irresponsabilidades y conductas de riesgo, llamada adolescencia, ese tiempo privilegiado en el que el cerebro se rediseña por completo para alcanzar una autonomía responsable precisa de cariño y entendimiento, tomar en serio sus intereses por ridículos e infantiles que parezcan. También una dosis de exigencia prudentemente administrada y diálogo, mucho diálogo.

Carmen Martín Gaite con la figura del profesor introduce ese interlocutor válido que el adolescente necesita. El padre despreocupado y dominante representa el negativo de lo que necesita la hija en esa edad difícil, a pesar de que permite que estudie en un instituto público.


sábado, 21 de febrero de 2015

Oficio de chicos


Lola Catalá Grabado

Los carros del mercadillo de verduras  que ahuecaron las piedras que había y las obras para arreglar el empedrado han hecho la mejor  pista de canicas de todo el barrio. Ahora hay corros de tierra para que cada panda tenga el suyo. Lo que pasa es que algunos son muy chicos porque los obreros solo quitan lo que está suelto. Mundo, el de la tienda de ultramarinos, nos llama  los ingenieros del barrio porque hacemos casetas con ladrillos y adoquines, espadas de madera con las tablas que changamos de la tienda de bicicletas; no sé lo que dirá cuando se entere de que con algún hierro que pintamos  al chatarrero hacemos más grandes los corros de la obra para jugar al gua o al casque. ¡Lo mismo nos llama arquitectos!

Con esto de la obra, como está durando mucho hemos metido el tiempo de las canicas, y a las chicas -que juegan menos- no las ha dao tiempo de preparar la bolsita con un cordón para guardar las bolas de cristal de colores y están cabreadas. A los chicos nos da igual, el tirachinas se mete en el bolso de atrás o en los tirantes, y los bolsos de alante valen para las canicas de barro y el bocadillo de mortadela.

Las chicas juegan más al gua porque se puede jugar sin tirarse al suelo. Mi panda y yo jugamos al casque pero hay que saber guiñar bien el ojo para apuntar desde el suelo sino, te quedas sin bolas.

Skaz es una palabra rusa que transportada al castellano puede relacionarse con “decir”, o “cuento”. Se usa para designar un tipo de narración en primera persona más próxima a la palabra hablada que a la escrita. Usa el vocabulario y sintaxis característicos del lenguaje coloquial.


Hoy he querido intentarlo.

jueves, 19 de febrero de 2015

España años cincuenta. Entre visillos. Carmen Martín Gaite

La obra literaria en general y la novela en particular, tienen la capacidad de intervenir mediante su discurso en la realidad social ofreciendo una panorámica de los acontecimientos que, debidamente tratada sirve  de crítica y denuncia con el valor añadido de, sin perder el carácter lúdico, aportar soluciones o al menos crear inquietud. El vehículo utilizado es en ocasiones la creación de personajes que representando formas de vida más justas y atractivas  “rompan” convencionalismos por la vía del conocimiento.

Solo adquirimos conciencia de un problema cuando sabemos que lo es y solamente desde esa percepción estaremos en disposición de buscar alternativas y soluciones.

Carmen Martín Gaite en Entre visillos presenta con este fin arquetipos femeninos y masculinos proyectándolos a través de la novela con los modelos impuestos por la moral del nacionalcatolicismo, vigentes hasta “no ha mucho tiempo” (las jóvenes generaciones pueden corroborarlo preguntando a padres o abuelos) Me permito a pesar de lo reiterativo del tema recordar que Entre visillos  se sitúa en el contexto social de los años cincuenta, es decir, en la España franquista de la segunda posguerra. Si bien  es cierto que  en los años cincuenta se produjo en comparación con la década anterior cierto aperturismo España continuaba aislada con respecto a los demás países europeos, en los que mayoritariamente se habían establecido regímenes liberales y democráticos tras la Segunda Guerra Mundial.

En este contexto de libertades reprimidas sitúa Martín Gaite a sus protagonistas, un grupo de jóvenes que viven en  una ciudad de provincias durante esos años. Como lectores somos testigos del transcurrir de su tiempo,  sabemos a qué se dedican, cuáles son sus proyectos de vida, sus concepciones, acciones y creencias y vemos en qué forma sus identidades se ven influenciadas  por la división de género de acuerdo con la moral nacional católica. Frente a la imagen de “esposa abnegada” y “reina del hogar” propuesta por el sistema ofrece Martín Gaite en esta novela personajes contratipo de los anteriores,  “diferentes”, que “rompen”, que ofrecen resistencia como Natalia, Elvira o Pablo. De ellos hablaremos en  futuras entradas.


sábado, 14 de febrero de 2015

Tiempos difíciles: El abuelo y un amigo invisible

A padre lo veía poco, apenas un rato a la hora de comer; decía que tenía suerte porque siempre le salía alguna chapuza para completar el sueldo. Entonces yo creía que vivir con la abuela era lo normal, más tarde vi que no era así. No es que donde ella estuviéramos mal, no, yo dormía en la cocina en un jergón que madre colocaba debajo de la mesa donde comíamos. "Esta me la llevo yo -murmuraba madre cada noche- la hizo el abuelo. No se la van a quedar estas brujas". "Aquí hace más calor para el niño -decían las tías". Yo oía esto y mucho más pero no todo lo entendía.

Ahora tenemos nuestra propia casa, ya no duermo debajo de la mesa del abuelo y mi cama es muy divertida: de día es un mueble con sus cajones y todo, de noche tirando fuerte de dos asas, aparece, como si fuera una puerta tumbada, una cama. "El abuelo nos hará dos patas y no tendremos que poner las maderas al abrirla, dice madre". Estoy muy contento con mi cama mueble –así la llama madre- porque tiene almohada y todo. Tiene..., hasta una manta dentro "del ejército -dice padre". Además, mi cuarto que también es comedor cuando vienen los tíos, tiene el techo recto no inclinado como la alcoba en que duermen padre y madre.

Lo que más me gusta es la cocina porque allí juego en invierno, casi siempre debajo de la mesa que hizo el abuelo y que es mi cabaña. Por debajo tiene una tabla que debe de ser muy antigua, de algún conde seguramente porque pone che conde y tiene un dibujo con un niño que tiene un bote con otro niño que tiene otro bote, y así. A veces hablo con él. Hace unos días descubrí de donde es el niño de la tabla: el abuelo vino a vernos, trajo del pueblo pan blanco y una caja de madera muy vieja con nueces que tiene un niño igual que el de la mesa y pone: leche condensada y algo más pero no puedo leerlo. Las nueces están muy buenas con pan. Creo que el próximo invierno tendré que jugar a otras cosas, ya  casi no cabo [sic] debajo de la mesa.

A mi profesor-amigo por el trabajo que se toma para que me mantenga culturalmente joven. ¡¡GRACIAS!!


jueves, 12 de febrero de 2015

Usos amorosos del dieciocho en España: Carmen Martín Gaite. Consecuencias lingüísticas: el piropo y otros términos.

Al menos para este lector resulta complicado manifestarse sobre una tesis que por definición es: (DRAE) “conclusión, proposición que se mantiene con razonamientos”. Por tanto: ¿qué añadir a una idea argumentada por Carmen Martín Gaite en Usos amorosos del dieciocho en España desde la parquedad de un blog como El Alfoz? Me temo que solamente dejar constancia de lo aprendido, esto. Sí es posible.

Lo aprendido a través de la lectura ha servido para  conocer en su justo término los diferentes estilos, comportamientos y costumbres asociados a las relaciones amorosas, sociales y de galantería, el tímido pero imparable comienzo de la liberación femenina y el aggiornamento de la sociedad. Hemos tenido acceso a historias desconocidas de circunstancias históricas conocidas. Valga como ejemplo la respuesta de la Inquisición (enero de 1748) al fenómeno de la poligamia:

Antonia García natural y vecina de esta Corte salió al auto con insignias de poligamia, y estando en forma de penitente se la leyó su sentencia con méritos, abjuró de levi[1], fue absuelta ad cautelam y condenada a que el día siguiente al auto saliese a la vergüenza por las calles públicas y acostumbradas y a destierro de esta villa de Madrid…

Resulta muy interesante el estudio lingüístico desarrollado a lo largo del trabajo y recogido en el epígrafe final “Conclusiones lingüísticas”, con el que Martín Gaite trata de demostrar como a través de la palabra se puede estudiar la evolución de las sociedades hacia posiciones más progresistas. En la sociedad del siglo XVIII lo extranjero irrumpió frente a lo autóctono dejando también su huella en el lenguaje. Algunas voces nuevas o adaptadas, que hoy subsisten aun con significados antagónicos a su origen, suponen la constatación de como la sociedad rompía con las formas tradicionales.

Haciendo mutis por el foro del academicismo entiendo prudente suavizar el comentario utilizando citas de “Conclusiones lingüísticas” para poner un poco de alegría callejera en esta entrada.

El adjetivo macizo es muy revelador –dice Martín Gaite- Macizo, torpe o desmañado era tenido como una ofensa al buen gusto. Hoy “macizo es tenido en argot como “tío que esta como un tren”, un hombre deseable y deseado.

La mujer melindrosa enseñaba entre arrumacos lo que luego no daba. Exhalaban fragancia pero no daban fruto. El adjetivo, decadente en cuanto al uso viene a significar hoy (continúo en argot) una tía estrecha, una mujer poco asequible.

De plena vigencia e igual significado es la palabra mono que de su acepción de simio pasó -y hoy perdura- a lindo, bonito, gracioso. A este respecto recoge Carmen Martín Gaite la cita de un marido genovés: necesitan un galán, un perro o un mono equiparando la compañía a la de “aquellos seres miméticos y afeminados que consagran su vida a las damas. También la palabra mimo –hoy con igual significado- pasó de actor  que se expresa mediante gestos   a sinónimo de cariño.

De la necesidad o el hábito de hacer mimos a la dama y significar lo linda (mona) que iba: se fue cuajando el piropo con el recurso del espejo. En este contexto y, asumiendo el riesgo de ser tildado de poco progre, anticuado y quién sabe si de antifeminista (apreciación esta que estoy dispuesto a discutir) me atrevo a citar uno de nuestros -hoy tan denostados- piropos. Si le pronunciamos "de corrido" y con una pizca de casticismo, resulta a mi juicio hasta “grasioso”:

Bendito sea el tendero que vendió a tu madre la primera papilla que tomó tu boquita de clavel ¡¡Preciosa!!

Posteriormente, del verbo majar (machacar, hacer un majano) o quién sabe si del término maxo (de Lanzarote y Fuerteventura)  nació el vocablo majo con el  sentido figurado de impertinente. Pero  esto es ya: “harina de otro costal”.





[1] Abjuración  para los que sólo había una ligera sospecha de herejía; por ejemplo: bígamos, blasfemos, impostores, etc.

jueves, 5 de febrero de 2015

El advenimiento de la plebe. Usos amorosos del dieciocho en España: Carmen Martín Gaite

Tal vez, como acto reflejo ajeno a nuestra voluntad, cuando tomamos contacto con narraciones sobre usos y costumbres de la alta sociedad, de la nobleza (valga partir del XVIII), nuestro sentido crítico se agudiza; nos ponemos en guardia y una pregunta surge espontánea: ¿Y las clases inferiores qué?

Y es que ha sido necesario mucho tiempo para llegar a la –aun incompleta- igualdad social de hoy. De hecho, hasta bien entrado el siglo XX pese a los esfuerzos da no pocas publicaciones, la novela social y los recién llegados (1975) partidos políticos, por cierto hoy tan cuestionados, los términos libertad, igualdad eran solo un deseo de las clases inferiores, de la plebe, que, en cualquier tiempo, sin pompa y normalmente en  circunstancias adversas ha de luchar para ser escuchada.

Carmen Martín Gaite de la que tanto aprendemos a través de Usos amorosos del dieciocho en España, pone de manifiesto que ya en el XVIII las clases inferiores contaban: el tema es menor y si se quiere de costumbre, pero deja sentado el advenimiento de la plebe: “damas de alto rango se atrevieron a romper esa costumbre y salieron por las calles de Madrid con basquiñas de color púrpura y de otros colore vivos” –afirma Martín Gaite. Fue la reacción popular la que puso coto a la transgresión de tan impía costumbre y una orden real prohibió el uso de las basquiñas que no fueran negras. El asunto como dije es menor, costumbrista, pero política y socialmente muy interesante. La voluntad popular prevaleció sobre el criterio de la nobleza que, acostumbrada a imponer modelos de comportamiento hubo de admitir la crítica de las clases inferiores hacia sus privilegios.

Situaciones como esta –que no hechos aislados- aparentemente de poco calado repercutieron también en el ámbito doméstico. El trato duro que el cortejo infería a los servidores simplemente por moda, los caprichos de las señoras, el trato injusto en suma, no solo no se soportará igual, sino que habrán de someterse a crítica las veleidades sociales de damas y caballeros. Curiosamente se produce casi en paralelo, tal vez por cansancio, por aburrimiento o porque las clases medias lo hicieron obsoleto, un cambio de comportamiento en las clases altas que en no mucho tiempo se mimetiza con los de las inferiores y quieren ahora ser “majos” (expresión muy usual en Burgos). En cierto modo es comprensible: aquellas se rigen por caprichos, estas por necesidades.