Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

martes, 9 de mayo de 2017

¡¡ Viva la gente !!.



A veces, algunas veces, parece complicado entender este mundo en el que a pesar del caos, las prisas, la presión, estamos tan «a gustito», y digo esto, porque no conozco (yo) a nadie con voluntad firme de abandonarlo motu proprio. Tal vez esa complicación de la que sin lugar a duda formamos parte, nos lleve a despotricar en primera instancia de quienes por su aspecto no encajan (el hábito sí hace al monje) en el perfil fijado por nosotros.

La salida de un colegio, el autobús urbano, una feria, o cualquiera otra aglomeración variopinta en la ciudad, son buen motivo para que el despotrique prolifere. Un motivo puede ser la pareja de padres, ella con minifalda y camiseta de tirantes; él con coleta y pendiente. Otro, el vecino –trasculado  por mor del pantalón– con  barba yihadista y cadenas colgando que no sujetan nada. No se salva de nuestra indiscreta cámara oculta el señor entrado en años con sandalias, camiseta y pantalón bermuda.

Todo esto que parece baladí y propio del chismorreo gratuito, tiene su reflejo cada día en el despotrique de pago de los programas de  telerrealidad que de una manera u otra subvencionamos, si no véanse los índices de audiencia («yo solo veo la 2»).

Tal reflexión viene a mientes en un día cualquiera cuando los gorriones –descarados ellos– buscan algo entre mis pies, bajo el banco del paseo; los chiquillos corren las palomas acompañados de un caniche juguetón; las mamás –tan jóvenes– charlan en grupo al sol; los repartidores se afanan ante el cierre inminente de los bolardos automáticos y la ciudad en fin, vuelve a su prisa sin sentido aparente. Por cierto, de la pareja de padres, ella regenta con éxito una tienda de moda, él tiene cierto renombre en el mundo de la arqueología. El vecino trasculado a decir de sus compañeros, es alumno aventajado en la facultad de Historia. El señor entrado en años disfruta, gracias a toda una vida de trabajo en un banco, de saneada pensión y «pasa» de convencionalismos.


Los gorriones, cansados de buscar, juegan entre las ramas, los chiquillos –con sus jóvenes mamás– vuelven  a casa, el juguetón caniche –atado ahora– sigue sin afán a su dueña, los bolardos, para preservar la tranquilidad del paseo, emergen del enlosado. En el banco vacío queda el despotrique. Conmigo, la convicción de que la  gente es como es, no como parece, que se afana, estudia, trabaja y se divierte; la realidad de un mundo con sus modas, sus prisas, sus tertulianos, su desgobierno, su…,  en el que en el fondo estamos todos tan «a gustito», aunque a veces, algunas veces, nos gustaría cambiarlo.

Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo; (Quito, 1747 - 1795)
Escritor ecuatoriano. 

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

ME ha gustado mucho esa imagen de los gorriones. ¿TE has fijado en que cada vez hay menos? En algunos lugares juegan encima de la mesa de la terraza en la que te tomas un café. A lo mejor la felicidad es eso. Que tengas tiempo para contemplar cómo un gorrión juega en la mesa mientras tú tomas el café.

Myriam dijo...

pues los gorriones han migrado todos para aquí :-)