Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

miércoles, 28 de febrero de 2018

PALABRA ADECUADA MOMENTO JUSTO. 'El hombre pez'



A veces, algunas veces, cuando leemos la atención queda atrapada por la historia: el bueno el malo, la madre el hijo, los amantes... ¡es normal! Otras, quizá menos, el interés se centra en el lenguaje, que –a  mi juicio– tiene mayor importancia cuanto más próximo es. Próximo al lector y próximo en el sentido de fiel, a la época en que transcurre la acción. Dicho así parece una obviedad, pero no lo es tanto.

Todo esto viene a mientes de la novela en la que José Antonio Abella cuenta la aventura «tan exorbitante del regular orden de las cosas» (Theatro Crítico Universal padre Feijoo) de El hombre pez. Podemos hablar de la trama, la estructura, el documentalismo, incluso del libro como objeto material, sí. Pero, gustaremos tanto más de la novela cuanto mayor atención pongamos en la prosa, en el lenguaje que emplea. Descubriremos cómo, la palabra adecuada siempre está en el renglón necesario.


domingo, 25 de febrero de 2018

NECESITO MENTIRAS



Pide lo que quieras –dijiste.

Y, sí. Quisiera que me cambies una sarta de verdades por un ramillete de mentiras.

Dime que hay un acuerdo entre políticos para mejorar la vida ciudadana; que se están devolviendo los dineros de comisiones y “mordidas”; que ya no salen pateras al Mediterráneo; que se trabaja duro en una Ley Orgánica de Enseñanza Igual para Todos; que la gran velocidad está llegando a Vetusta del Páramo; que nuestro índice de paro está por debajo del 3%; que ya no hay corrupción ni se viola y abusa de la mujer; que nuestros niños, en fin, dejan las “maquinitas” en casa porque pueden jugar libres en la calle. Que he rejuvenecido; que mis ideas son geniales; que si te llamo para quedar y no contestas es por tu trabajo tan absorbente, no porque te incordia mi palabra. Miénteme un ratito, llena mi vida de mentiras. Odio esas (tantas) verdades taimadas que desbaratan el mundo  como un “crochet”  que se estrella en el rostro desmantelando el cerebro. Necesito mentiras para, como en el programa de TVE (1964) reinar al menos por un día.

Yo sueño que estoy aquí,
de estas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
― Pedro Calderón de la Barca, La Vida Es Sueño


jueves, 22 de febrero de 2018

LAS REINAS TAMBIÉN LLORAN.


Tríptico de Stoneleigh, Retrato de Carlos V niño y de sus hermanas Eleonora e Isabel.  (Kunsthistorisches Museum Viena).


La rojiza torre del homenaje envuelta en niebla fría como la indiferencia y densa como el dolor, contempla la comitiva de carros, palafrenes, literas y soldados que en noviembre de 1503 salva la escasa media legua que separaban a madre e hija. El rostro de Isabel reina de una corte claramente nómada, refleja, a tono con la niebla, preocupación; no tanto por los asuntos de estado –que en eso ha habido poca discrepancia– como por las infidelidades de Fernando y su consecuencia los celos. También por la necesidad de un heredero que mantenga atado lo que ellos intentan unir. Ambos están empeñados en la unidad de España y tampoco por ese lado la fortuna sonríe a Isabel.

Primero muere su hijo don Juan a los 19 años seis meses después de su boda sin dejar descendencia, Margarita, su mujer dio a luz una niña que no sobrevivió al parto. Isabel, la primogénita de los Católicos Reyes, murió al nacer su primer hijo el príncipe don Miguel (jurado heredero por las Cortes) que falleció sin cumplir los dos años de edad. La reina recuerda y llora. La sucesión queda en manos de la princesa Juana desposada con Felipe el Hermoso. El riesgo es grande, no solo por la inestabilidad emocional de su tercera hija, sino también por las diferencias políticas de yerno y suegros. Su congoja está justificada: debe pedir a su hija que cuando ella muera deje el reino en manos de Fernando, su padre, en lugar de su marido.


Juana, la reina que no reinó, lloró ya condesa de Flandes la separación de su madre y ahora, prisionera en la Mota, llora en el reencuentro. Tiene que manifestarse en favor de su marido, desafiar a su madre y soportar los desaires de Felipe el Hermoso. España salvó las lágrimas gracias a un hombre extraordinario criticado por su ascetismo franciscano en el mundo cortesano de fin del XV y principio del XVI y utilizado por la España nacionalcatólica del XX como símbolo de la unidad: Francisco Jiménez de Cisneros.


domingo, 18 de febrero de 2018

LEER CON PLACER. El hombre pez de José Antonio Abella


No ha mucho tiempo comentamos Pedro Páramo, novela de cierta complejidad a decir de unos y no tanta en opinión de otros (discúlpenme señoras y señoritas: servidor a pesar de las modas se niega a poner “@” de comodín y sigue utilizando el neutro), inscrita en un marco histórico anterior. Sigamos. En el coloquio surgieron temas como “estructura fragmentaria”, “simbolismo”, “semántica localista” etc.; se produjeron aplausos, mutis por el foro y comentarios sobre la necesidad de varias lecturas y es que hay obras que pueden requerir un estudio previo para suavizar obstáculos al lector.

Con seguridad, este no es el caso de El hombre pez en el que José Antonio Abella reconstruye con prosa magnífica la fábula del hombre de Liérganes presentándola al lector en un lenguaje próximo, sencillo y exacto: “así que toda la mañana estuvo de un humor de perros” (pág., 71) que hace sentir, oler el entorno: “de la que emana un tufo de animal de animal en descomposición, acaso de un gato muerto” (pág., 73). Escribe con gracia y casticismo sin concesión a la frase cutre tan en boga hoy: “la agudeza mental del pequeño Francisco de la Vega parecía más embotada que el mango de un cuchillo” (pág., 101). Los personajes de Abella reaccionan en tono y forma de acuerdo con el contexto de la época (siglo XVII) gracias a la palabra precisa y un trabajo documental en lo cotidiano y lo erudito; basten para esto último dos referencias bibliográficas citadas por el autor:

-Philopolitae speculatoris.
-Historia cronológica de las pestes y contagios acaecidos en España desde la venida de los cartagineses.

Son sólo algunas muestras –hay  muchas más– de cómo la perfección y el estilo pueden transformar una leyenda en historia humana y fantástica en la que basta (que no es poco) dejarse llevar, sumergirse como el hombre pez, para descubrir que en la parte no ostentosa de la España del Siglo de Oro hay enjambres de pececillos humildes altos, planos, blanquinegros..., o tan extraños que se asemejan a las rocas; pero que todos, todos, son útiles y necesarios a la mar.

Imagen de: https://www.cadizdirecto.com


miércoles, 7 de febrero de 2018

INVITACIÓN A LA LECTURA ACTIVA. El hombre pez, de José Antonio Abella.

Escultura del hombre pez en Liérganes

Anécdota.- Relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento (Acepción 1 del DLE).

¿Cómo definir El hombre pez? Con permiso de José Antonio Abella, yo diría que es una anécdota amable, tierna, escrita y documentada cómo solo su autor sabe hacer. También, que por un camino de inocencia azul como los ojos del protagonista nos traslada al siglo XVII:una época de hambre y de miseria, cuando el pan de oro procedente de las Indias doraba los retablos de las iglesias y el pan negro de los pobres no era suficiente para alimentar a los súbditos de un rey en cuyos dominios no se ponía el sol (pág., 64).

Con una prosa clara, sencilla y asequible, hace Abella un guiño a la cuestionada segunda parte del Lazarillo, en que Lázaro se convierte en atún, se casa con una atuna, es pescado y vuelve a ser hombre.

La novela es un vergel léxico. Términos marinos (urca, bauprés, fanal, relinga); palabras en eusquera para –cuidado– un piropo: (zure begi urdinak gustoko ditut) y hasta clases de buceo arropan el relato en invitación obligada a la lectura activa.

¡Gracias José Antonio!