Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 19 de febrero de 2015

España años cincuenta. Entre visillos. Carmen Martín Gaite

La obra literaria en general y la novela en particular, tienen la capacidad de intervenir mediante su discurso en la realidad social ofreciendo una panorámica de los acontecimientos que, debidamente tratada sirve  de crítica y denuncia con el valor añadido de, sin perder el carácter lúdico, aportar soluciones o al menos crear inquietud. El vehículo utilizado es en ocasiones la creación de personajes que representando formas de vida más justas y atractivas  “rompan” convencionalismos por la vía del conocimiento.

Solo adquirimos conciencia de un problema cuando sabemos que lo es y solamente desde esa percepción estaremos en disposición de buscar alternativas y soluciones.

Carmen Martín Gaite en Entre visillos presenta con este fin arquetipos femeninos y masculinos proyectándolos a través de la novela con los modelos impuestos por la moral del nacionalcatolicismo, vigentes hasta “no ha mucho tiempo” (las jóvenes generaciones pueden corroborarlo preguntando a padres o abuelos) Me permito a pesar de lo reiterativo del tema recordar que Entre visillos  se sitúa en el contexto social de los años cincuenta, es decir, en la España franquista de la segunda posguerra. Si bien  es cierto que  en los años cincuenta se produjo en comparación con la década anterior cierto aperturismo España continuaba aislada con respecto a los demás países europeos, en los que mayoritariamente se habían establecido regímenes liberales y democráticos tras la Segunda Guerra Mundial.

En este contexto de libertades reprimidas sitúa Martín Gaite a sus protagonistas, un grupo de jóvenes que viven en  una ciudad de provincias durante esos años. Como lectores somos testigos del transcurrir de su tiempo,  sabemos a qué se dedican, cuáles son sus proyectos de vida, sus concepciones, acciones y creencias y vemos en qué forma sus identidades se ven influenciadas  por la división de género de acuerdo con la moral nacional católica. Frente a la imagen de “esposa abnegada” y “reina del hogar” propuesta por el sistema ofrece Martín Gaite en esta novela personajes contratipo de los anteriores,  “diferentes”, que “rompen”, que ofrecen resistencia como Natalia, Elvira o Pablo. De ellos hablaremos en  futuras entradas.


5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto: estos personajes sufren esa condición diferente en una sociedad injusta pero preparan las brechas del mañana. La novela analiza el problema de una sociedad y lo deja así, sobre la mesa, para que nadie pueda volver a ocultarlo.

pancho dijo...

Buena contextualización de la novela en unos años grises, pero que a las protagonistas no le iba tan mal a pesar de las carencias de la mayoría de la población. Aún no había empezado ni la emigración en masa de los años sesenta, ni el desarrollismo de finales de los sesenta con la llegada de divisas mandadas por los emigrantes, el asalto del turismo, los polos de desarrollo, los 25 años de paz y los referendum de Franco. Eso lo vivimos, ¿eh? Había poco, pero éramos más jóvenes.
Me sigue encantando la manera que tienes de decir mucho con pocas palabras.
Un abrazo.

Abejita de la Vega dijo...

Quedaba algo de eso en los setenta, doy fe de aquel Burgos provinciano y casto, donde las chicas de la edad de Natalia empezaban a soltarse la melena, a estudiar, a pensar en un trabajo antes que en una boda, a escapar en la medida de lo posible de la dictadura familiar o eclesiástica... En 1974 leí la novela y Natalia me era muy familiar, aunque fuera de los cincuenta.
Así se habla, se escribe...
Besos, Paco.

Myriam dijo...

Cuánta razón tienes que que arrojar luz sobre esta problemática es el primer paso en la toma de conciencia que lleva al cambio. Muy clara tu exposición, espero -como agua de mayo- tus comentarios sobre estos personajes.

Besos

Anónimo dijo...

Efectivamente, aquella atmósfera duró demasiado tiempo y la única salida era coger la maleta y huir, aunque fuera a un pueblo perdido a enseñar palotes. Madrid vendría después.